No… lo que yo quería decir… es que…

I

Me gustaría empezar este escrito haciendo notar una distinción entre la diferente apropiación que de una misma expresión hacen dos idiomas. Me refiero a las expresiones “me ha llamado la atención” y sus derivados e “it has come to my attention” y sus derivados. La expresión en español sugiere que la atención, para que haga de las suyas, debe ser llamada. Es decir, que, de cierta manera, la atención se encuentra distraída y, para que ella pueda propiciarnos las maravillas que a menudo nos propicia, debe ser despertada por algo que la invoque. La expresión “un llamado de atención” creo que nos puede servir de ejemplo.

Una maestra de escuela, un policía, nos amonestan por tal o cual razón, para terminar diciéndonos que esta vez no habrá mayor castigo, que todo ha sido “un llamado de atención”. Mientras nuestra atención divagaba se nos hizo notar que a los fines de una manera “correcta”, “apropiada”, etc., de actuar, debiéramos “prestar más atención” a aquello que haya suscitado la intervención. La palabra “prestar”, aquí es central. El “préstamo” denota que se da algo, se ofrece algo, se desprende uno de algo que eventualmente será devuelto de acuerdo a nuestra condición de prestatarios; será devuelto, en cierto sentido, a su posición “natural” u “original”. Quien por ejemplo presta un libro y luego le es devuelto, le es devuelto en virtud de su condición “natural” de propietario de ese algo que presta[1]. Por definición, el préstamo siempre es devuelto. En este sentido, quien presta atención a algo que le llama la atención, lo hace, resultando de esto, que luego le sea devuelto eso que le pertenece —su atención— en su estado y a su estado “natural” o “convencional”: distraída.

En la expresión en español, la parte activa de la atención, estaría del lado que la “llama”, la “invoca”, etc.

La expresión en inglés, por el contrario, trata a la atención como un portal abierto, sin postigos ni guardias, en el cual todo puede entrar. Mientras en el español la atención está cerrada con candado y debe ser llamada —las onomatopeyas pueden ser varias: desde un “toc, toc”, un “¡eh!”, a un “la reputísima madre que te re mil parió”— en la expresión en inglés la atención es lo suficientemente acogedora como para albergar en su interior a infinidad de cosas de las cuales quizás muchas no pidieron permiso para entrar, ni se sintieron obligadas a llamar; todas “van” hacia la atención porque esta última se mantiene siempre abierta. La expresión en inglés siguiere un estado de vigilia constante.

Cuando una profesora universitaria dice “présteme atención por favor”, esto está muy lejos de cuando otra dice “can i have your attention please?”.

¿Qué nos sugiere el “to have one’s attention?”.

En inglés uno da la atención, mientras que en el español la presta. El resultado de “dar atenciones” a lo largo de la vida, es que pedacitos de nuestra atención se encuentran desperdigados por varios lugares, porque el dar no especifica fecha de retorno, sino que lo que damos, lo perdemos, y se mantiene en posesión de quien le fue dado. Esto sugiere una suerte de omnipresencia, puesto que el “can i have…” no especifica fecha de retorno de la atención, mientras que en la expresión “prestar atención”, la fecha de retorno de la atención está latente en la propia expresión, en virtud del contrato que supone todo préstamo. Mientras que en el español la atención es devuelta a su estado convencional y a su dueño/a, en el inglés se encuentra fragmentada y repartida; nunca en descanso.

Volvamos ahora a las dos expresiones con las cuales empecé este escrito: “llamar la atención” e “it has come to my attention”.

Mientras la expresión en español sugiere que lo que tensiona el estado de consciencia que supone la atención es un elemento ajeno a quien la detenta, aquello que “la llama”; la expresión en inglés sugiere que lo que tensiona el estado de consciencia es ella misma, es la vigilia la que nos hace estar atentos, o dicho tautológicamente, es la atención la que nos hace estar atentos, porque esta se mantiene abierta, y todo va hacia ella. La parte activa de la atención en la expresión en inglés, no es aquello que “va hacia ella”; pese a que se mueve hacia nuestra atención puesto que “it comes to my attention”, la parte activa del estado de consciencia está puesto en el hecho de que nuestra atención permanece abierta a que todo lo que quiera venir hacia ella, lo haga.

En la expresión en inglés es la propia atención la que construye aquello acerca de lo cual “vale la pena” problematizarse o darle un pedacito de nuestra atención. En el español es el elemento ajeno a la consciencia el que se configura a sí mismo como digno de ser “prestado atención”. Es este elemento el que la “llama”, la “interpela”, reclama para sí la potestad de interrumpir el curso común de nuestra disposición práctica y mental, que sería, en el español, lo contrario a la vigilia.

En términos del lenguaje de las ciencias sociales, mientras en inglés “construimos nuestro objeto problemático”, en español, es este objeto el que nos construye a nosotros.

II

Todo este largo prolegómeno fue escrito a los fines de decir que no estoy seguro si “me ha llamado la atención” o “it has come to my attention” una situación.[2] Esta situación la he vivido en aulas, durante clases, en la universidad. Se trata de alumnos, alumnas, que levantan la mano durante la clase para decir algo referido al tema del que se esté hablando, y comienzan sus decires con la muletilla “no…”

Lo que suele seguir a ese “no…” inicial, que es un “no” estirado en boca, informe en su modulación y que a duras penas llega a recorrer el espacio áulico y ya quiere salir espantado de allí; lo que suele seguir a ese “no…” es una divagación nerviosa, ahogada por el propio salvavidas del lenguaje, que quiso salir a flote en las extensas aguas, en apariencia cristalinas, del pensamiento.

El salvavidas que es el lenguaje —aquí hablado— se hunde porque lo que se creía que eran aguas tranquilas —las del pensamiento— resultan ser violentamente desordenadas. Y el salvavidas se hunde con quien se aferra a él. Con quien empezó a hablar diciendo “no…”. El sonido de la pinchadura del salvavidas es algo así como un “shh…”; un llamamiento al silencio que empieza a sonar demasiado tarde, cuando ya se está manoteando como ahogado y tragando mucha, mucha agua, que nos atraganta, nos hace salir las palabras con dificultad y nos anquilosa. Los músculos se entumecen y lo mismo ocurre con los significados. Nos azoramos, temblamos y nos recriminamos haber querido salir a nadar cunado siempre supimos que éramos animales tan, pero tan terrestres.

Una vez que ha terminado este suplicio, es posible que la profesora o profesor, nos diga algo así como: “no me ha quedado muy claro lo que usted…” y esto; y ella o él, es un barco gigante que arrastra consigo una ola que nos vuelve a revolcar. Nos hundimos por fin en las aguas, nos hundimos en el banco, y ya no hay ni rastros de esa mano levantada que en primer lugar fue un pedido para hablar y aquí podría ser un pedido de socorro: “¡rescátenme compañeros!” Pero nada. Nuestra cabeza ya se encuentra hundida.

¿Qué es ese “no…”? O mejor dicho, ¿qué son esos “no…”? Son una muletilla no planeada; una introducción a lo que se quiere decir por la cual se entrevé lo que uno mismo piensa acerca de lo que dirá en estas circunstancias incómodas. Y lo que uno piensa, siempre empieza por un “no”. Me refiero siempre a este tipo de circunstancias.

Uno empieza diciendo ese “no…” y quizás lo que esté ocurriendo es que nos estemos respondiendo a nosotros mismos. Si nuestra intervención fue en forma de pregunta, quizás el “no…” sea un: “No. Esta pregunta que estoy haciendo está mal formulada; o “a lo que estoy preguntando se le responde con un no”. Las más de las veces es una recriminación, y esta podría escribirse de la siguiente manera: “no tendría que haber hablado”.

Lamentablemente o por fortuna —yo me inclino a pensar que es una fortuna; aunque quizás esto sea un tema pertinente de explorar en otro escrito—, la “calidad” de nuestro pensamiento tan solo la podemos cotejar una vez que lo desanclamos de nuestra cabeza para atracar en las profundidades del agua que son el habla y la escritura. Quizás nos encontremos, una vez que hayamos tirado el ancla, que la superficie sobre la cual debía trabar —el habla o la escritura— no era lo suficientemente sólida como para anclarse y anclarnos. El ancla que tiremos siempre cumplirá su función en cuanto tenga una superficie sobre la cual trabar. Y cuando esta realidad no se cumpla, quizás debamos decir: “oiga capitán, oiga capitana, parece que aquí no se puede atracar. Quizás sea mejor levar el ancla y tirarla más por aquí… ¿o qué le parece más por allá? O también podríamos movernos, más hacia allí, donde el área parece más propicia para atracar.” Y la capitana y el capitán, siempre que se trate de alguien que conoce su oficio, muy seguramente nos dirá: “sí, creo que está usted en lo cierto.”


[1] “Natural” aquí quiere decir la condición “original” o “posibilitadora” de aquello que se presta: no se presta lo que no se tiene —salvo a partir de promesas infundadas que prontamente caen por su propio peso—.

[2] Temo que el prolegómeno sea más largo que la situación que quiero describir. Temo, asimismo, que se cumpla la graciosa sentencia que una vez escuché decir a Alfredo Bryce Echenique acerca de los prólogos: “los prólogos son eso que se escribe al final, se pone al principio, y no se leen ni al principio ni al final.” Señora, señor, lector, lectora: lea mi prólogo y no se gaste con la situación que lo suscitó.

Funny ha ha (2002). Lectura.

Unfunny Ha Ha.
Como la broma que acabo de hacer. La cual ahora, en virtud de esta aclaración precedente, se vuelve graciosa. Que a su tiempo, en razón de la oración anterior, se vuelve sin gracia. Y que ahora… ad infinitum.

En cuanto el habla es una construcción social —no solo porque el significado, el contenido del habla, es una construcción social, sino además porque en los actos de habla se construyen realidades socialmente—, el balbuceo y la divagación se convierten en una indefinida realidad colectiva.
Lo que de común tienen las películas del género mumblecore, suelen ser personajes incapaces de definir mediante el lenguaje los vínculos de la realidad que los, valga la redundancia, vincula entre ellos.

Todo acto de habla, o práctica discursiva, no solo supone informarnos sobre algo (por ejemplo «eso» está «allí»), sino además, formar la realidad de ese algo. Por ejemplo: cuando decimos «ese martillo es rojo», no solo estamos informando respecto a ese martillo rojo, sino que estamos «reactualizando» su realidad (y con ello la realidad de los significados «ese», «martillo», «es», «rojo»); significados que aquí se encuentran unidos a esa materialidad que podemos ver y tocar.
Se trata, de lo que Harold Garfinkel llamaba las propiedades indexicales y reflexivas del lenguaje. La indexicalidad, refiere, segun Rosana Guber a «(…) la capacidad comunicativa de un grupo de personas en virtud de presuponer la existencia de significados comunes, de su saber socialmente compartido» (2da página del capítulo 2). La otra propiedad del lenguaje: «(…) la reflexividad. Las descripciones y afirmaciones sobre la realidad no solo informan sobre ella, la constituyen» (3era página del capítulo 2).

La incomodidad de ver películas del género mumblecore, y es también el caso de Funny Ha Ha, se encuentra en asistir a las dificultades que personajes tienen en informar (y con ello dar sentido) acerca de sus realidades. Esto, de alguna manera, tiene como resultado el completo desentendimiento entre personas; la completa soledad; la deriva del significado.

Excelente casting, excelentes actuaciones, excelente sonido, painfully unfunny ha ha (and that’s good!)

Bibliografía: Guber, Rosana (2001). La Etnografía: método, campo y reflexividad. Grupo editorial Norma.