vino tinto

La eterna metamorfosis del no encontrarse me dijo un amigo (el tiempo pasaba).

¿Puede uno llegar a conocerse? Me refiero a realmente conocerse… ¿Puede uno dar cuenta en qué medida es y está y comparte?

(El tiempo pasa) hoy me enfrenté a mí mismo, me encontré y me enfrenté a él… A una parte de mi ser… Qué palabra que suena trillada ya… Vacía. Me encontré con una parte que no por eso deja de ser una unidad, una de las tantas.

Extrañado de mí mismo ante lo que fui y en medida que compartí… Atravesado por el presente, surco el pasado. (El tiempo pasa) ¡Qué raro! Tras el filtro del presente puedo vislumbrar lo pasado, representármelo… Lo que fui en medida que compartí… Pero sólo tras el filtro del presente, tan condicionante él.

Uno siempre se encuentra detrás de uno, algunas veces lo suficientemente detrás como para perderlo de vista a él y su rumbo, otras tan cerca para agarrarse a él, aferrarse y dejarse llevar.

(El tiempo pasa)

Uno siempre llega tarde… Pero… Por cinco minutitos no pasa nada ¿no?

(El tiempo deja de pasar) ¿Y qué fue uno? Sino la eterna persecución. Una sombra que persigue a un cuerpo, a veces bien dibujada y aferrada a los pies del cuerpo… Lo suficientemente aferrada para llevarse sorpresas afables. Otras veces más difuminada, difusa, distante y que parece que va a languidecer, pasmados ante las sorpresas que nos disgustan o la falta de ellas. Y qué sorpresa que es cuando nos encontramos… O cuando nos encuentran y nos lo hacen notar.

El tiempo pasará para otros.